Wednesday, May 24, 2006

Canción de Flauta Dulce

Brillante reacción tuvo El Flauta: agarró con sus manos la pelota e hizo el ademán de llevársela para la casa. Todos quedamos helados. El Flauta -que nunca había metido bulla ni para gritar- paró el partido y se enojó.
Pensé que en el fondo era bueno lo que hacía. Claro, un chico tan tímido en algún momento tenía que despavilarse. Pero ojalá todos hubieran sido tan bien pensados como yo. En menos de un minuto El Flauta yacía moribundo en el suelo, luego de una brutal golpiza de los amigos del barrio. ¡Qué amiguitos!
Flauta no reaccionaba. Su cuerpo enjuto comenzaba a disonar sus últimas melodías. Un grito famélico salió de sus caderas. Nadie supo qué hacer. Y yo vi cómo vino la ñata a buscarlo, lo tomó en sus brazos, lo acarició y besó con ternura y se fueron.
Y allá iba El Flauta... lejos arriba, y nosotros abajo.
Las lágrimas caían por las cada vez menos rosadas mejillas. Y los niños que ese día fueron a jugar inocentemente a la pelota con El Flauta, lentamente comenzaron a transformarse en mountruos. En algunos el proceso fue un poco más lento. Otros inmediatamente sacaron sus colmillos y siguieron por la vida matando gente.
Los que se demoraban más eran los que se cuestionaban. Indecisos y miedosos. Algunos de ellos pudieron incluso estudiar como la gente buena, pero al final todos terminaron fagocitando los restos propios de la desdicha.
El recuerdo del Flauta quedó en sus memorias como el perenne meneo de las caderas de la Marta.
Yo ya no sé si no alcancé a matar a Flauta o se lo entregué libremente a la ñata. Supuse -mientras agonizaba- que su destino no estaba en este mundo. Y así no más fue.
El legado del Flauta aún lo conservo con entusiasmo. Cada mañana, cuando despunta el sol, le saco brillo a la sonrisa. Cada vez que veía a Flauta, me regalaba una sonrisa de ternura. Y así mismo hago yo desde que se fue. Claro, hay días que me resulta mejor que otros.
El otro día Flauta me dio una sorpresa. Cual director de ópera, sacó su mejor armonía para enviarla a mis precarios oídos. Tanta hermosura es imposible que pase inadvertida.
Ahí pasó ella, La Corchea. En un tiempo me dejó enamorado. Su compás preciso marcó un ritmo cardiaco acelerado.
La Corchea pasa y encandila. Sé que el Flauta lo disfruta. Allá arriba está toda la orquesta esperando para interpretar su más maravillosa pieza.
Fue como la lluvia de verano. Un mágico zumbido revoloteando en el oído. Yo y La Corchea celebramos hasta el amanecer.
Y de nuevo vuelvo a la cancha. Ahí veo al Flauta, enojado porque no le dan ningún pase. Y ahí estoy Yo, con la pelota en los pies. Ahí está el Flauta, esperando mi pase... y no confié en el Flauta: nunca fue bueno para la pelota... lo maté.
Esta vez no dudaré en darle el mejor pase de la historia... sólo si me deja La Corchea.