Destierro
Tal vez sea la hora. Es extraño esto. A la vez injusto. Cuando mejor estás, la vida pareciera tener la solución para amargar algún minuto del día.
Ok. Es exagerado. Lo reconozco.
Sucede que estoy bien. Y no me la creo.
No se trata de ser un quejón profesional, tampoco de ser indolente, ni nada que se le parazca. Sucede que llega la hora. Y es inevitable.
La hora de todo ser humano.
No se puede vivir aferrado a los roles, es necesario despegarse, desterrarse, asimilarse. En algún minuto la función debe terminar, desmontar el escenario y sacarse los trajes pasados a naftalina.
Y ahí estoy, frente al espejo. Sacándome el maquillaje. Un poco de vaselina líquida, algodón, crema humectante. Y ahí estoy yo. ¿Yo?
La pregunta se repite cada vez que baja el telón.
Y llegó el minuto en que decidí colgar los botines. Me retiro de las tablas. Quiero ir en busca de mí, encontrarme conmigo, conversar, echarme la talla, tomarme de la mano, acariciarme, besarme en los labios, hacerme el amor y volar.
Y ese día se acerca a pasos gigantes y nada se puede hacer para detenerlo. Es inexorable.
No me gustan las despedidas, porque creo que no tienen sentido. Siempre mantenemos los contactos que queremos. Por eso no me despido, nunca dejamos de tenernos.
Hace poco me reencontré con una gran mujer, de aquellas que marcan la vida de un hombre... y el tiempo no pasa. Las cosas pasan, nosotros estamos siempre ahí, a pesar de todo.
Cuando estoy en la cornisa del amor, sucede que vienen estas ideas de libertad. Será ese amor el que detona la eclosión infinita del vagabundo patiperro. Quién más que yo quisiera que me acompañaras, querida.
Te lo diré la próxima vez, cuando vayas a tomar tu micro. Te tomaré de la mano y te diré: "quédate conmigo".
Y tú, con esa carita de asustada, me mirarás con timidez, como queriendo escapar, y me dirás: "no puedo, me esperan en la casa".
Chiquitita. Te miraré con ternura. Más fuerte tomo tu mano: "No ahora... quédate conmigo... en mi vida".
Y en ese momento de la función es que me das el beso. Y somos virtualmente felices por siempre... hasta que vuelvo a mirarme en el espejo.
Ok. Es exagerado. Lo reconozco.
Sucede que estoy bien. Y no me la creo.
No se trata de ser un quejón profesional, tampoco de ser indolente, ni nada que se le parazca. Sucede que llega la hora. Y es inevitable.
La hora de todo ser humano.
No se puede vivir aferrado a los roles, es necesario despegarse, desterrarse, asimilarse. En algún minuto la función debe terminar, desmontar el escenario y sacarse los trajes pasados a naftalina.
Y ahí estoy, frente al espejo. Sacándome el maquillaje. Un poco de vaselina líquida, algodón, crema humectante. Y ahí estoy yo. ¿Yo?
La pregunta se repite cada vez que baja el telón.
Y llegó el minuto en que decidí colgar los botines. Me retiro de las tablas. Quiero ir en busca de mí, encontrarme conmigo, conversar, echarme la talla, tomarme de la mano, acariciarme, besarme en los labios, hacerme el amor y volar.
Y ese día se acerca a pasos gigantes y nada se puede hacer para detenerlo. Es inexorable.
No me gustan las despedidas, porque creo que no tienen sentido. Siempre mantenemos los contactos que queremos. Por eso no me despido, nunca dejamos de tenernos.
Hace poco me reencontré con una gran mujer, de aquellas que marcan la vida de un hombre... y el tiempo no pasa. Las cosas pasan, nosotros estamos siempre ahí, a pesar de todo.
Cuando estoy en la cornisa del amor, sucede que vienen estas ideas de libertad. Será ese amor el que detona la eclosión infinita del vagabundo patiperro. Quién más que yo quisiera que me acompañaras, querida.
Te lo diré la próxima vez, cuando vayas a tomar tu micro. Te tomaré de la mano y te diré: "quédate conmigo".
Y tú, con esa carita de asustada, me mirarás con timidez, como queriendo escapar, y me dirás: "no puedo, me esperan en la casa".
Chiquitita. Te miraré con ternura. Más fuerte tomo tu mano: "No ahora... quédate conmigo... en mi vida".
Y en ese momento de la función es que me das el beso. Y somos virtualmente felices por siempre... hasta que vuelvo a mirarme en el espejo.